- NO ay por qué despreciar persona alguna
- por más que nos parezca desechada,
- pues suele muchas vezes la fortuna
- tener nuestra salud allí encerrada,
- y en ocasión decente (2) y oportuna
- se descubre una alteza no pensada
- y hallamos el devido amparo cierto,
- el seguro refugio y sacro puerto.
- Bajo de mala capa ay buenos hechos
- y en un pobre sugeto gran cordura,
- hallamos esforçados y altos pechos
- en los pequeños cuerpos y estatura,
- resultan de ordinario mil provechos
- de aquéllos que tenemos por vasura,
- y a vezes, donde menos nos pensamos,
- la amada vida y la salud hallamos.
- Al contrario, personas ensalçadas,
- si miramos sus partes (3) y talento,
- veremos que merecen ser holladas (4)
- por su poca cordura y desatiento,
- y avían de ser en su lugar alçadas
- otras de más ilustre pensamiento,
- estimando en el hombre sólo aquello
- que no tiene poder Fortuna en ello.
- En lugar oportuno y conveniente
- diré más a lo largo destas cosas,
- que agora la razón pide que cuente
- otras grandes empressas hazañosas.
- Clarimante quedó con la impaciente
- vieja, en aquel vergel de frescas rosas,
- y ella, si os acordáys, ya se ofrecía
- a contar lo que tanto apetecía.
- Mas, por estar el joven despojado
- de todo su adereço y real (5) vestido,
- la vieja se salió por do avía entrado
- en el bello vergel que avéys oýdo (6),
- y abriendo el aposento do, cerrado,
- el fuerte Clarimante avía dormido,
- entró, con rostro alegre y gran sossiego,
- haziendo se acostasse el joven luego.
- Aviendo, en otras cosas diferentes,
- platicado los dos, dixo el mancebo:
- "-Mis designos, señora, bien los sientes,
- y el fin de todos ellos no te es nuevo.
- Y pues que a ti se rinden los vivientes,
- a suplicarte, ¡o madre! (7), ya me atrevo,
- me saques de la pena y descontento
- que atormenta mi altivo pensamiento.
- Ufano quedaré si cumples luego
- mi justa petición, que agradecida
- será mientra (8) el ardiente vital fuego
- diere a mi mortal cuerpo dulce vida.
- No permitas, señora, que ande ciego,
- sin saber mi prosapia esclarecida,
- sino, pues tú lo sabes, me declara
- lo que ha encubierto mi fortuna avara."
- La vieja dio un suspiro y alimpiando (9)
- los tiernos, mansos ojos, por do echava
- lágrimas amorosas que mostrando
- yvan quánto al guerrero fuerte amava,
- le comenzó a dezir:..., pero aguardando
- el phrygio Sarpe está con muestra brava,
- junto a la clara fuente enloquecido
- de verse en tal empressa ser vencido.
- Dixe cómo salió desesperado
- de la fértil ciudad y que, en fin, vino
- a dar a un deleytoso, ameno prado,
- donde tomar descanso le convino,
- y del gallardo yelmo despojado
- prometimos contar lo que le avino.
- Agora a le escuchar nos dispongamos,
- no se quexe que dél nos olvidamos,
- que, aunque le es enemiga su fortuna,
- según sospecha el ínclito, escuchemos
- la dolorosa plática importuna
- que pone su paciencia en los estremos.
- Después cierta alta empressa, que ninguna
- ay más estraña que ella, contaremos
- (la qual le sucedió en aqueste prado),
- cuyo fin y remate fue estremado (10).
- Luego que allí se vio, con boz rabiosa
- començó a desfogar desta manera:
- "-¿Qué es esto, cruel Fortuna, horrible diosa,
- perversa, desleal, malvada, artera,
- desconocida, varia (11), mentirosa,
- ingrata, fementida, injusta, fiera,
- sin fundamento, infiel, desatinada,
- a todo mal ensayo (12) siempre usada?
- ¿No estavas ya contenta de aver hecho
- a mis heroycos padres cruda guerra,
- quando el griego feroz, con impío pecho,
- destruyó de la Phrygia el reyno y tierra? (13)
- Allí mi diva (14) madre, en triste lecho
- me concibió; su cuerpo allí se encierra
- donde, como amazona belicosa,
- su fin vengó con mano poderosa.
- Allí sus altos hechos, por trofeo (15)
- quedaron, qual de Palas o de Marte,
- que aunque no feneció su buen desseo,
- mostró bien su valor en qualquier parte.
- De aquel Héctor famoso (de quien creo
- decender yo, si no me engaña la arte),
- concibió y echó al mundo un hijo sólo
- cuya fama voló de polo a polo.
- Mas, ¿qué sirve contar cosas passadas
- de sus divinos pechos y valía,
- si quedan sus hazañas deslustradas
- con mi torpe flaqueza y cobardía?
- Memorias son aquestas escusadas
- para quien ni las sigue ni porfía
- por imitar, con obras de proeza,
- de sus antecessores la grandeza.
- ¡O claras aguas, fuentes abundosas
- que, con sonido blando y amoroso,
- entre las varias flores y las rosas
- lleváys el curso manso y deleytoso!
- No disfaméys, contando aquestas cosas,
- el nombre celebrado y fin glorioso
- de aquéllos por quien (16) vivo en esta vida,
- más que la dura muerte aborrecida,
- que, como cavallero, aunque vencido,
- os prometo vivir de tal manera
- que el famoso valor que oy he ofendido,
- por mí quede en memoria duradera,
- y de hazer que mi nombre esclarecido,
- en qualquiera nación, aunque estrangera,
- se celebre y se tenga en tanta estima
- quanto otro jamás huvo en prosa o rima.
- Y antes los frescos valles y los prados,
- con nuevo proceder y otra costumbre
- sus yervas negarán a los ganados
- sintiendo, de que pazcan, pesadumbre;
- y antes el roxo Apolo (17) en los collados
- no esparcirá los rayos de su lumbre;
- que atrás buelva ni un punto la promessa
- en que tan alta gloria se interessa."
- Levántase de tierra el animoso,
- enlaça el yelmo, que en la yerva estava,
- enfrena su Corvato, desseoso
- de efetuar las cosas que jurava.
- Oyó luego un ruÿdo (18) lastimoso
- de afligida muger que se quexava,
- lo qual le hizo prestar atento oýdo
- para atinar (19) dó andava aquel ruÿdo.
- Quanto más escuchava, más cercana
- la boz quexosa y lástimas oýa,
- la qual, por la ancha selva fresca y llana,
- retumbava, y el eco respondía.
- A esta sazón, con muestra soberana,
- el prado abaxo vio que decendía
- una gallarda dama, en cuyo gesto
- su ingenio echó Naturaleza, y resto.
- Vestida de unas ropas muy costosas
- con rica pedrería recamadas,
- de aquella que en las vegas abundosas
- se cría de las Indias apartadas (20);
- en palafrén (21) cubierto de hermosas
- telillas de colores y bordadas,
- con el freno y estrivos de oro fino
- y sillón de un color alabastrino,
- a toda priessa baxa bozes dando
- y temerosa qual la tierna gama,
- que de los sueltos perros se alexando,
- recela aun de encontrar la débil rama.
- Assí viene, su curso (22) apresurando,
- la joven mal segura y bella dama,
- la qual, llegando donde el phrygio estava,
- "¡líbrame -dixo- desta angustia brava (23),
- si eres de los honrosos cavalleros
- que vengan los agravios y maldades
- de los hombres perversos, carnizeros,
- con que ofenden en estas soledades!
- ¡Muestra, ruego, tu esfuerço y tus azeros
- en librarme de estrañas falsedades
- que en daño de mi fama han inventado,
- los quatro que decienden por el prado!
- Assegúrete (24) el ver esta hermosura,
- tan agena de infame, vil engaño,
- y no permitas que mi desventura
- a tal riesgo me trayga y mal tamaño (25);
- que tu bello donayre y apostura
- me dan de tu valor buen desengaño (26),
- y es de tus semejantes esta empressa
- donde tal gloria y fama se interessa."
- No pudo respondella el cavallero
- porque los quatro en gran tropel llegaron
- y, viendo aquel bizarro aventurero,
- desta suerte, furiosos, le avisaron:
- "-No creas a esta falsa, que primero
- engañó a muchos otros que la amaron,
- haziendo mil embustes y trayciones
- con que dio muerte a célebres varones.
- Déxanosla llevar, y pague luego
- las espantosas muertes que ha causado,
- y consuma el voraz, ardiente fuego
- la traydora que a tantos ha embaucado.
- No escuches su lamento y blando ruego,
- que en infame doblez (27) está fundado;
- antes nos la da al punto y sin debate (28),
- si no quieres morir en el combate."
- Sarpe les replicó que assí lo haría,
- con tal que refiriessen todo el hecho;
- donde no (29), que con ellos pelearía
- mostrando la braveza de su pecho.
- Uno, que por más diestro se tenía,
- con ayrado semblante y gran despecho
- le dixo: "-Si no quieres aceptallo,
- sube sin más tardar en tu cavallo,
- que ser deves, sin duda, algún guerrero
- capitán de vellacos salteadores,
- pues si fueras famoso cavallero,
- no avías (30) de defender los malhechores."
- Púsose en su cavallo Sarpe, fiero,
- en sus braços fiando, vengadores,
- y, su lanza tomando, hablar no pudo,
- que el justo sentimiento le hizo mudo.
- Dellos se desvió lo que bastava,
- y dos en contra suya se pusieron,
- mas el phrygio, que sólo allí mirava
- a las torpes palabras que dixeron,
- en su ayuda los dioses invocava.
- Pero los otros dos, que aquesto vieron,
- arrebatan la dama y, con gran priessa,
- se entran por la montaña y selva espessa.
- Bolvió el valiente joven la cabeça
- y, queriendo ayudar a la robada,
- le acometen los dos con tal braveza,
- que no puede seguirla en su jornada.
- Entre ellos un combate tal se empieça,
- que la selva anchurosa y apartada
- retumba con el son y duro estruendo
- del ayrado combate y trance horrendo.
- El animoso Sarpe bien mostrava
- que de sangre de dioses decendía,
- pues sus ayrados golpes redoblava
- con muestra de animosa valentía;
- de las obras pesadas (31) se guardava
- del uno, que con rabia combatía,
- haziendo de valor y de altiveza
- pruevas de más que humana fortaleza.
- El phrygio descargó tal cuchillada
- sobre el un animoso aventurero,
- que en dos le ha dividido la celada
- y en la tierra el gemido da postrero.
- El otro, más esfuerço da a su espada
- por, matando, vengar su compañero,
- mostrando el amigable sentimiento
- en el duro batir y movimiento.
- De los cielos blasfema el descreýdo,
- dando golpes al phrygio de tal suerte,
- que si no huviera el yelmo resistido,
- lugar hallara la cuydosa (32) muerte.
- Pero Sarpe, con ánimo encendido,
- puerta (33) dando al valor y pecho fuerte,
- a vezes los encuentros resistía
- y otras con diestra osada combatía.
- Ygual anda hasta agora la batalla,
- aunque Sarpe mejor en ella andava,
- porque el peto, el escudo, el yelmo y malla,
- mucho, siendo tan fino, aprovechava (34).
- Ninguno de los dos flacos (35) se halla,
- que la cólera y furia reparava
- los golpes que se dan desaforados,
- con animoso ardid, por todos lados.
- El troyano, que el alma se le ardía
- viendo llevar la dama generosa
- (que en lo interior del pecho ya sentía
- rastros de la passión dulce, amorosa),
- en verse detener se deshazía;
- y assí, con una saña y sed rabiosa,
- firmado (36) en los estribos, impaciente,
- dos golpes al contrario dio, valiente.
- No pudo arrodelarse (37) tan de presto
- que no diessen los dos en descubierto,
- y assí, muerto el color, turbado el gesto,
- el mísero dio en tierra como un muerto.
- El valeroso Sarpe, que está puesto
- sólo en librar la dama a campo abierto (38),
- buela, el rastro siguiendo que dexavan
- los que a su nueva diosa le llevavan.
- Maldize el triste amante su ventura,
- en su ayuda y favor los dioses llama,
- que el Amor, con la flecha ardiente, dura,
- va estampando el retrato de su dama.
- Discurre (39) por enmedio la espessura,
- y qualquier árbol, piedra, tronco, rama
- y el movimiento de la tierna hoja
- su querida señora se le antoja.
- Encubriósele el rastro y el camino
- por do llevan la ansiada dama hermosa.
- Assí dio, con estraño (40) desatino,
- en medio una montaña y selva umbrosa.
- Lo demás que en aqueste caso avino
- y en qué paró la dama generosa,
- dirémoslo después, quando bolvamos
- a la empeçada historia que dexamos,
- que es justo que de oy más la clara fama
- celebre al valeroso Carbopía,
- pues en el universo se derrama
- su singular destreza y cortesía;
- que, aunque por ser vencido le disfama
- el vulgo, es con injusta frenesía (41),
- porque si Clarimante lo ha rendido,
- por el engaño fue que en ello ha avido.
- Si se hiziera la guerra mano a mano,
- persona por persona, pecho a pecho,
- aunque fuera el contrario soberano
- sacara de obra tal poco provecho,
- que el valiente, destríssimo angaliano (42),
- a batallas usado, a guerras hecho,
- la vida (es cosa cierta) le quitara
- y el alterado reyno sossegara.
- Pero el gallardo moço esclarecido,
- advirtiendo el sucesso lastimoso
- de avérsele las fuerças impedido,
- con que manchó el renombre de famoso,
- de la corte al momento se ha salido,
- de su fortuna y de su bien quexoso,
- y, tomando a la diestra una ancha senda,
- por ella se ha metido a suelta rienda.
- Anduvo por el monte nueve días
- sin que le sucediesse cosa alguna,
- en los quales, por casas y alquerías (43)
- halla afable acogida y oportuna.
- Una tarde llegó a unas caserías (44)
- que estavan al entrar de una laguna,
- y en ellas determina de alojarse
- hasta que el sol bolviesse a demostrarse (45).
- Mas, ya que el gran planeta (46) avía baxado
- al océano mar do le aguardava
- la cuydadosa Tetis (47), y cerrado
- se vio el cielo, do el joven fuerte estava
- vio que el huésped (48), con sobra de cuydado,
- en su estrecha morada se encerrava,
- y a los que a la sazón en casa avía,
- que fuera no saliessen les dezía.
- El guerrero saberlo ha pretendido
- por ver la diligencia del villano (49),
- y también que un horrísono (50) aüllido
- el monte ensordecía y ancho llano;
- en lo qual, con instancia (51), él ha insistido,
- movido de aquel pecho soberano
- que nada rehusó grave o dudoso,
- a que no diesse corte y fin honroso.
- El huésped le responde: "-Cavallero,
- pues tenéys ansia tanta y tal porfía,
- por la historia saber del monstruo fiero
- que se oye en acabando el claro día,
- diréosla, pero avéys de dar primero
- vuestra fe de seguir la razón mía,
- en no os aventurar a travar guerra
- con lo que en su turbia agua el lago encierra.
- Porque, aunque vuestro (52) esfuerço y braço osado,
- y essa ayrosa braveza, me assegura
- que soys algún guerrero señalado
- que buscáys dó provar vuestra ventura,
- con todo, muchos hombres han llegado
- a intentar la batalla y suerte dura (53),
- los quales, aunque fuertes, fueron muertos,
- quedando en essos campos y desiertos.
- La historia que pedís es desta suerte (54):
- huvo en esta provincia dos hermanos;
- el uno se llamava Andero el Fuerte,
- Piñol, el otro; entrambos más que humanos.
- Mágicos (55), eminentes, de alta suerte,
- afables, mansos y en estremo llanos,
- a quien reverenciava el mundo todo
- por su admirable trato y sabio modo (56).
- Estas antigüedades nos contaron
- nuestros padres y agüelos, y otras cosas,
- algunos años ha, nos enseñaron
- ciertas magas en su arte muy famosas.
- Pues, como aquestos magos alcançaron
- tanta parte de ciencias misteriosas,
- hallaron por sus libros (57) que de Andero
- avía de proceder un gran guerrero,
- el qual, con su valor, eternizasse
- su famosa proeza y valentía;
- el linage del mago levantasse
- a suma estimación y a gran valía.
- Pero antes que este joven començasse (58),
- hallaron, por su aguda astrología,
- el Sol dozientas bueltas daría al cielo (59),
- dando dozientos frutos todo el suelo.
- Tuvo el mago una hija, en quien Natura
- cifró quanto su diestra alcança y puede,
- y todo el grato don de la hermosura
- que al cuerpo de una dama se concede;
- discreción, bizarría y apostura,
- y otras divinas gracias con que excede
- a la que de sus gracias fue la autora (60),
- pues la rinde, acobarda y enamora.
- Levanta algunas vezes su cabeça
- encima de essas aguas cristalinas,
- mostrando su donayre y gentileza,
- sus gracias admirables, peregrinas;
- sálenla acompañando sin pereza
- otras damas gallardas y divinas,
- mas la ventaja que haze a todas ellas
- es la que el claro Sol a las estrellas.
- Digo, pues, que mirando el sabio Andero
- que avía de ser el hijo desta dama,
- por quien su claro nombre, duradero
- quedasse en los archivos de la fama,
- por otra parte vio que el cavallero
- a quien Fortuna a tanta alteza llama,
- de allí a dozientos años llegaría
- y con su única hija casaría.
- Dio traça, con divino, sabio encanto (61),
- de tenerla hasta el tiempo definido
- (en el concilio (62) de los dioses, santo),
- para este casamiento estatuýdo (63),
- y para que el veloz tiempo, entretanto,
- no obrasse (64) en esta dama, ni el olvido
- o la muerte o la parca se atreviessen
- a deshazer lo que los dos (65) hiziessen.
- Mas, viendo que si no estava encerrada,
- que con dificultad se guardaría (66)
- (por ser la muger siempre aficionada
- a gozar su buen garbo y bizarría (67)),
- fabricó esta laguna, do fundada (68)
- ay una fortaleza y casería,
- según que aquellas magas nos dixeron
- quando de lo más hondo acá salieron.
- Bajo de aquestas aguas ay mil cosas
- que porná admiración a quien las viere,
- aunque ay passos (69) y estancias peligrosas
- para el que quebrantarlas se atreviere.
- Guarda aquestas riberas cenagosas
- este monstruo que brama, mata y hiere
- a quantos topa por aquestos prados,
- dexándolos después despedaçados.
- Este monstruo, Buraco le llamamos,
- que tiene tres cabeças diferentes:
- de dragón, de hombre y perro, y nos guardamos
- de sus agudas uñas y sus dientes;
- y por esso, salir nos recatamos (70),
- porque, aunque se ve a tiempos diferentes,
- de día a nadie ofende ni lastima,
- hasta que Tetis (71) cubre nuestro clima.
- Verdad es que, si alguno viene armado,
- a todo tiempo y hora con él cierra (72),
- y ya por esta parte confiado,
- ora por la otra le haze cruda guerra.
- Mas, después que el combate es acabado,
- el cuerpo siembra por la verde tierra
- y llévase las armas allá dentro,
- guardándolas en lo hondo de su centro.
- Por esto te suplico, cavallero,
- no quieras intentar tan gran batalla
- si no buscas morir con dolor fiero,
- sin poderte amparar la fina malla."
- Mas el diestro, valiente y gran guerrero,
- codiciando en estremo començalla,
- dissimuló el ardor de virtud pura
- hasta passar la noche y sombra obscura,
- que, mientras la tiniebla, con tristeza,
- cubrió el alegre suelo con su manto,
- se apura del guerrero la braveza,
- desseando provar su altivo tanto (73).
- Parécele que el Sol, con gran pereza
- descubre la hermosura, y entretanto
- que se muestra en las puertas del Oriente,
- de la cama saltó el joven valiente,
- y puesto a una ventana que salía (74)
- a la profunda ciénaga laguna,
- parecióle que encima el agua vía
- un hombre que mirando yva la Luna,
- y que, buelto al guerrero, le dezía:
- "-Para ti está guardada esta fortuna (75),
- mas no podrá vencella tu pujança (76)
- si no es trayendo la dorada lança (77).
- Aguarda algunos días, cavallero,
- que presto avrá sazón y coyuntura,
- viniendo aquí un gallardo aventurero
- a provar la espantosa muerte dura;
- dél cobrarás la lança con que al fiero
- Buraco acabarás con gran ventura.
- Y después, te prometo verás cosas
- aun para imaginar maravillosas."
- No bien a su razón el fin ha dado,
- quando, baxo las aguas zabullido,
- dexó al valiente joven admirado
- con la nueva admirable que avía oýdo.
- A su cama gozoso se ha tornado,
- aviéndose gran tiempo detenido,
- hasta que sucedió lo que veremos
- quando a contar su historia buelta demos.
- Agora viene al punto que digamos
- del cortés, malhadado Corimbato,
- que furioso y corrido le dexamos,
- por el mágico ardid y doble trato.
- De la corte y palenque le sacamos,
- donde quedó su escudo en buen barato (79)
- en manos del sobervio Clarimante,
- quedando de ello hinchado (80) y arrogante.
- Salióse de la corte el mesmo día
- ya que la obscura noche, con su buelo,
- por el árctico mundo descogía (81)
- sus negras alas y su mustio velo,
- y ya que el claro Sol llegado avía
- a tomar en el mar dulce consuelo,
- quando la clara Luna, con su gesto,
- ocupa de su hermano el sitio y puesto.
- A este tiempo salió, por ser, como era,
- para su triste llanto acomodado,
- y, porque su partir no se sintiera
- por los que andavan a su diestro lado,
- a gran priessa va hollando (82) la ribera
- del hondo río que en el mar salado
- sus claras ondas mezcla a poco trecho,
- dexando en sus comarcas gran provecho.
- Mas parecióle el fresco, ameno assiento,
- y la fértil ribera y sitio hermoso,
- lugar más para gustos y contento
- que para un coraçón tan sin reposo,
- y, mudando propósito, al momento
- se metió por un bosque horrible, umbroso,
- picando (83) a toda priessa y con gran saña
- y llenando de quexas la campaña (84).
- Al apuntar del día vio que estava
- en una entricadíssima (85) espesura,
- que aun por dó diesse passo no se hallava,
- ni parecía animal ni otra criatura.
- Y lo que más en esto le aquexava (86)
- era ver que su hado y desventura
- no le davan lugar para que fuesse,
- donde como valiente feneciesse.
- Pero, viendo el camino ya tomado
- y que era assí el morir gran desatino,
- del cavallo baxó determinado
- de abrir, a pura fuerça, ancho camino.
- Aviendo de su espada arrebatado (87)
- con ímpetu y coraje repentino,
- començó a destroçar quanto topava,
- que todo a su pujança se allanava.
- Abrió, de aqueste modo, senda y vía
- tan ancha que un exército cupiera.
- El cavallo también, que le seguía,
- con los pies desocupa la carrera (88).
- Pero, quanto él cortava y destruýa,
- vio que luego tornava a su primera
- forma, cerrando el passo, sin que viesse
- quien en tal coyuntura allí anduviesse.
- Mas en nada estimando qualquier cosa,
- el hecho prosiguiendo començado,
- anduvo por la selva tenebrosa
- hasta que el medio cielo el Sol andado.
- Entonces a una roca peñascosa
- le traxo su fortuna y feliz hado,
- tajada (89) a todas partes y tan alta
- que para la mirar la vista falta.
- Era de un fino mármol transparente,
- con diferentes piedras varïada (90),
- haziendo una labor tan excelente
- qual no fue de mortal imaginada.
- Una gallarda (91) puerta tiene enfrente
- solamente en la peña señalada,
- sin que aya entrada alguna o abertura,
- porque sólo se ve la arquitectura (92).
- Delante, una ancha plaça se estendía,
- proporcionada en quadro (93) con la roca.
- La arboleda de muro allí servía,
- que por los lados con la peña toca;
- la altura de los árboles que avía
- a grande admiración mueve y provoca,
- y más la novedad de todos ellos
- que apenas podrá alguno conocellos.
- En medio de la plaça, que sembrada
- está de la menuda yerva y flores,
- una galana (94) fuente avía, labrada
- con estrañas pinturas y primores (95),
- de donde la agua clara, desmandada,
- da frescura a la yerva en los calores
- del más pesado estío, y la sustenta,
- teniendo de criarla cargo y cuenta.
- Un rico pavellón en medio, armado
- sobre quatro columnas de oro fino
- que, con diversas piedras varïado,
- mostravan ser de artífice divino.
- El dosel no era seda ni brocado,
- sino otro nuevo paño peregrino.
- En medio una preciosa mesa estava
- como que algún gran huésped aguardava;
- de vïandas y frutas olorosas,
- pan y vino sobrado, en demasía,
- y sembrada la mesa de mil rosas,
- que un estrellado cielo parecía.
- Las aves, con canciones amorosas,
- con música acordada y melodía,
- de tal suerte sus bozes concertavan,
- que a descanso y reposo combidavan.
- El animoso Marte, que cansado
- venía del trabajo desmedido,
- como vio un tal refresco allí aprestado (96)
- entendió estar para él apercebido.
- Assí, del fino yelmo despojado,
- el freno a su cavallo ha desprendido,
- porque entretanto pazca que él comía,
- y él se sentó a la mesa que allí avía.
- Mil animales que en el monte andavan,
- a manadas acuden bulliciosos,
- y viendo el nuevo huésped se paravan,
- clavando en él los ojos temerosos.
- Muchas vezes, delante dél cruzavan
- dando saltos ligeros y graciosos,
- y otras, con receloso passo y frente,
- llegavan a gustar la dulce fuente.
- Después de aver comido el gran guerrero,
- midió con grave (97) passo el fresco prado
- contemplando el peñasco por entero,
- con tanta arte compuesto y varïado.
- No descubre algún rastro ni sendero
- por do salir del círculo cerrado,
- y más aun se admiró quando ha advertido (98),
- y la mesa no vio en que avía comido.
- Entendió ser por mago (99) encantamento
- que en la sobervia roca se encerrava,
- pues lugar de salir del bello assiento
- por una ni otra parte se le dava;
- con lo qual, recobrando nuevo aliento,
- para qualquiera empressa se animava,
- proponiendo (100) dexar antes la vida
- que yrse sin descubrir passo y salida.
- Cortar quiso los árboles hojosos,
- mas hallólos qual duro, fino azero,
- y la yedra, enredando los ñudosos (101)
- troncos, vedava el passo al cavallero.
- Bolvió luego los ojos judiciosos
- a la parte do estado avía primero,
- viendo sobre la fuente una figura
- cubierta de admirable vestidura.
- El rostro como el Sol resplandecía
- (porque de fina plata era, y bruñida),
- cuya sobervia ropa que vestía,
- con perlas, seda y oro está texida.
- Un letrero a sus blancos pies tenía
- de mármol, en la diestra suspendida,
- una bella corneta, que engastada
- está en oro de Arabia, y esmaltada.
- Consideró el letrero, alegre, ufano,
- y vio ser su tenor de aquesta suerte:
- "Gallardo aventurero que en tu mano
- oy está la ocasión de engrandecerte:
- si un prodigio ver quieres, soberano,
- sin que te dé temor la horrible muerte,
- toca aquesta corneta y haz de modo
- que no pierdas tu honor de todo en todo."
- El cuerno descolgó el humano Marte,
- deshaziéndose al punto la figura
- sin que rastro quedasse ni una parte
- de su luziente talle y vestidura.
- Tocó el hermoso cuerno con tanta arte,
- que la peña, los montes y espesura
- por largo espacio la respuesta dieron
- del alentado son que recibieron.
- Las indómitas bestias assombradas,
- atónitas, confusas y medrosas,
- huyendo a sus cavernas entricadas,
- saltan por los breñales, temerosas;
- las telas del peñón, desencasadas (102),
- obedeciendo al cuerno, presurosas,
- una puerta tan alto han descubierto,
- que de ser mago encanto quedó cierto.
- Y la rica y vistosa pedrería
- por el florido campo se ha sembrado
- haziendo, con estraña gallardía (103),
- una bella cubierta al verde prado,
- pues lo que de cortina antes servía
- con que el grande edificio era ocultado,
- hazía después, tendido por el suelo,
- un hermoso enlosado y rico velo.
- Y, sin que daño hiziessen al guerrero,
- las piedras se estendieron por el llano,
- quedando el venturoso cavallero
- como en un aposento más que humano.
- Sobre ellas, el caballo, muy ligero,
- saltó sin ofenderse en pie ni en mano.
- Assí, quedó cubierta la llanura
- con aquella preciosa cobertura.
- Descubrióse un castillo tan hermoso
- qual no se vio en las árcticas regiones,
- cuya traça y grandor maravilloso
- no ay para qué ponerle en opiniones (104).
- Cercado está de muro y ancho fosso,
- con catorze admirables torreones
- que, con su altura grande y eminente,
- atrás dexan el ayre transparente.
- Los muros y altas torres son labradas
- de piedras de un valor inestimable,
- azules, blancas, verdes, coloradas,
- con labor y artificio deleytable.
- Estavan a sus trechos (105) escacadas
- con vistoso concierto, y admirable,
- saliendo el resplandor de todas ellas
- que dieran las más luzidas estrellas.
- Las puertas que de allí se descubrían
- eran de un fino bronze recolado (106),
- que desde un poco aparte parecían
- ser del oro gangético (107) cendrado;
- de par en par abiertas se veýan,
- sin que el passo estuviesse embaraçado
- para el más que dichoso Corimbato,
- que suspenso quedó por largo rato.
- Mira los fuertes muros desiguales,
- almenados en torno y estendidos,
- sembrados de las piedras orientales,
- con estraño artificio repartidos;
- más parecen ser muros celestiales
- o ciudad de los héroes escogidos
- que gozan, por sus obras, ya del cielo,
- que aposento de gentes deste suelo.
- Quiso entrar de rondón (108) al bello assiento
- y dio quatro o seys passos presuroso,
- pero mudó el dañoso y necio intento,
- de un no sé qué (109) movido y temeroso,
- y, dando al marfil mago fuerte aliento,
- tocó otra vez el cuerno sonoroso,
- (no porque cosa alguna él entendía
- que el tornarle a tocar le serviría).
- Pero salióle bien, pues no pudiera
- entrar al gran castillo que mirava,
- si la boz del marfil no repitiera
- con que todo embaraço se allanava;
- y la patente (110) entrada le impidiera
- una guarda (111) infernal y bestia brava,
- hecha con arte tal y tal govierno (112),
- que se aplacava con el son del cuerno.
- A este tiempo se oyó nueva armonía
- dentro del bello alcáçar, tan süave,
- que a las fieras salvages suspendía,
- sin dexar de escucharla bruto (113) ni ave.
- Al valeroso joven que la oýa,
- pesado no le fuera ya ni grave
- mil años la escuchar; tanto gustava (114)
- que, atónito, de sí no se acordava.
- Imagina si aquel era el assiento
- de los ilustres divos (115) esforçados
- que, con justo, alentado pensamiento,
- mil trances acabaron señalados,
- o si era el celestial alojamiento
- de los Elíseos campos (116) tan nombrados,
- o adonde las deydades residían
- y sus eternos años consumían.
- Pero, quanto estas cosas más pensava,
- tanto con más acuerdo (117) y consonancia
- la música de dentro se aumentava,
- haziendo resonar la rica estancia,
- y tanto más a verlo se animava
- sin temer resistencia o repugnancia (118);
- por lo qual, con altivo pecho osado,
- en el sobervio alcáçar se ha lançado.
- La puerta se cerró del edificio,
- quedando todo como estava de antes,
- puesto con el concierto y artificio
- de aquellas coberturas de diamantes.
- Y dentro, en el famoso frontispicio,
- vio pinturas que Apeles o Timantes (119),
- si ver aquestas cosas alcançaran,
- aun no saber mirarlas confessaran.
- No ay para qué pintar los corredores,
- los patios, las columnas, la riqueza,
- los jardines, los bellos miradores
- y del ancho artificio la grandeza;
- pero quiero afirmar que los mejores,
- de quantos, con estudio y con realeza,
- han sido por monarcas grandes hechos,
- en su comparación quedan deshechos.
- Dexado esto, y bolviendo a nuestro cuento,
- luego que en el sobervio patio ha entrado,
- con más rara armonía y más aliento
- la concertada música ha sonado.
- Descubrióse una dueña de alto assiento (120)
- cercada, por el uno y otro lado,
- de celebradas damas y donzellas
- que la vida robavan sólo en vellas.
- Traýan instrumentos diferentes,
- y con tanta destreza los tocavan,
- que absortos los sentidos y pendientes
- en la divina música quedavan.
- Las ilustres proezas de valientes
- en levantado (121) verso celebravan,
- con bozes que a las ninfas y sirenas (122)
- las dexaran de sí mesmas agenas.
- Con esta deleytosa compañía,
- la dueña se llegó junto al guerrero,
- el qual, con la devida cortesía,
- en la besar las manos fue primero.
- Después ella, con gozo y alegría,
- le dixo: "-Venturoso cavallero:
- mucho ha que yo os aguardo y desseava,
- por solamente el bien que a vos tocava.
- Pero, pues la ventura os ha traýdo
- a lugar tan oculto y montuoso,
- desseando se ofrezca algún partido
- en que satisfagáys al pecho honroso,
- aquí seréys de todo proveýdo
- después de aver tomado algún reposo.
- No tenéys que temer ya cosa alguna
- del ciego disponer de la Fortuna,
- que, quanto al honor vuestro más cumpliere,
- aquí se os buscará con larga (123) mano,
- vaya la injusta diosa por do fuere,
- opóngase el colegio soberano (124).
- No os dé pena el escudo ni os altere
- que os viniesse a vencer otro hombre humano,
- porque lo que os parece a vos afrenta
- mucho más vuestro crédito acrecienta."
- Esto dicho, ambos juntos han subido
- por la ancha y vistosíssima escalera.
- A una sala admirable se han venido,
- propria para que allí el joven viviera.
- Al balcón se assentaron, que a un florido
- y hermoso vergel cae que, quien le viera,
- sospechara no ser obra del suelo (125),
- sino un retrato del vistoso cielo.
- Fue por las bellas damas desarmado
- y servido de ropas delicadas,
- con preciosas (126) vïandas regalado,
- al uso de aquel puesto preparadas.
- El gran banquete espléndido acabado
- y las sobervias mesas levantadas,
- la dueña a Corimbato llamó aparte
- y començó su plática desta arte:
- "-Bien quisiérades vos, fuerte guerrero,
- aquí no os detener ni sólo un día,
- pero no puede ser, porque el severo
- disponer de los hados lo desvía.
- Ni por lo que yo os digo agora, quiero
- impedir vuestro esfuerço y valentía,
- sino que, en tanto que el vigor os dura,
- sigáys el feliz soplo de ventura,
- y deys en qué entender (127) al tiempo y fama
- con hechos de magnánima proeza,
- siguiendo aquella gloria, la qual llama
- a quien la sigue a la inmortal grandeza.
- A la invidia (que al más perfeto infama),
- la forcéys a mudar naturaleza,
- pues, de disfamadora y cruda fiera,
- será de vuestras obras pregonera (128).
- Y desde el claro Oriente al negro ocaso,
- y del helado Norte al mediodía,
- apenas en la tierra habrá ni un passo
- do no llegue a sonar vuestra valía;
- ni vuestro feliz hado será escaso
- en amparar la espada y valentía
- de vuestro valeroso y fuerte braço,
- no aviendo estorvo en ello ni embaraço.
- Mas mirad que el que aspira a grandes cosas
- ha de sufrir encuentros no pensados,
- porque con las empressas más famosas
- los mayores trabajos (129) van mezclados.
- Acabaréys hazañas milagrosas
- si, los inconvenientes despreciados,
- sólo al tronco miráys y al nacimiento
- de donde recebistes noble aliento.
- Y, para que sepáys distintamente (130)
- una cosa admirable, aunque escondida
- y nunca divulgada entre la gente
- ni con claridad cierta conocida,
- atended a mi plática presente..."
- Pero mi débil voz enflaquezida
- no puede en este tono dezir tanto,
- hasta cobrar esfuerço para el canto.
- CANTO VI